En busca del edificio responsable

El Centro de Investigación de Recursos y Consumos Energéticos (CIRCE) de la Universidad de Zaragoza (UZ) encabeza un proyecto europeo que posee la ambiciosa empresa de crear una herramienta que pueda calcular el impacto energético existente en la vida de un edificio.

«La normativa actual se ciñe a la vida útil de un edificio.

Esto es, cuando es habitado. Nosotros vamos más allá y tratamos de calcular el impacto que posee durante toda su vida. De la cuna a la tumba. Esto es, desde su fabricación hasta que es demolido y sus escombros son procesados», explica Ignacio Zabalza, director del Área de Ecoeficiencia y Análisis de ciclo de vida del CIRCE.

Esta investigación es pionera en el continente y se encuentra financiada por el programa SUDOE de la Unión Europea. Además de la UZ, en ella forman parte un consorcio de ocho instituciones y entes de España, Francia y Portugal. «Buscamos conocer el impacto que posee la fabricación del edificio. Por ejemplo, lo que supone medioambientalmente la extracción de las diferentes materias primas, conocer cuánto cuesta trasladarlas a los centros en los que se procesan. La energía que se utiliza en su tratado y posterior traslado hasta la zona de construcción.

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Todo este ciclo tiene un costo medioambiental y económico que queremos conocer. Y lo mismo con el final del edificio, esto es, cuánto cuesta demolerlo, dónde se procesan los escombros, etc.», desmenuza Zabalza.

Cinco requisitos

El objetivo a largo plazo es poder determinar unos patrones comunes por los que conseguir cero emisiones a lo largo de toda la vida de la construcción. Varios son los caminos para ello. Constantino Baile, del Grupo de Energía y Edificación de la Universidad de Zaragoza, resume el edificio energéticamente eficiente en cinco requisitos.

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El primero son los sistemas constructivos, que respondan a un modelo de arquitectura bioclimática. Es decir, el propio edificio trata de maximizar la captación de energía y minimizar las pérdidas.

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Un ejemplo de estos sistemas es la implantación de una gran cristalera en su fachada sur que sirva para recibir el calor proveniente del sol. Con esta medida se consigue calentar el habitáculo disminuyendo la necesidad del uso de calefactores artificiales, con el gasto económico y de energía que ello supone.

Además, se debe cuidar, siempre que sea posible, la orientación de la construcción. Muchas veces no resulta posible, por el tipo de parcela de la que se dispone, pero la situación ideal indica que un edificio debería ser construido siempre de este a oeste. Además, hay que contar con otros elementos climáticos, como por ejemplo el viento. Tan importante como los elementos que construyen el esqueleto de la edificación, también hay que cuidar la eficiencia de sus equipamientos. Esto es, que controlen el consumo energético, exprimiéndolo al máximo y reduciendo el desperdicio a la mínima expresión.

El uso de energías renovables, que permitan cubrir algunas funciones, como la implantación de placas fotovoltaicas en el colegio Cándido Domingo del Picarral, es otro de los puntos que debe cubrir el edificio que quiera hacer de la responsabilidad su bandera.

Por último, y posiblemente más importante, es la educación de los moradores para que posean conductas que favorezca la utilización de los recursos y equipamientos que posee cada construcción. Ya que no sirve para nada tener una buena iluminación natural de toda la planta si el usuario no se preocupa por apagar las luces eléctricas. De este uso responsable, que cada individuo debe aplicar a su rutina diaria, depende finalmente el impacto que pueda tener cualquier edificio

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